Del Ave Fénix al Zunzún, una historia muy personal

Por Nayví Barbeito Cardoso

Siempre he tenido alas, de hecho, el único tatuaje que tengo es de unas plumas de gavilán. La maravilla del salto cuántico de la tierra al cielo que las aves dieron en la evolución, significó una inspiración siempre en mi vida: yo quería volar.

De niña pequeña me lanzaba de las hamacas y los columpios porque estaba convencida de que podía volar. Cuando no podía salir, tiraba las cosas por las ventanas para verlas volar.

Comencé a volar incluso más lejos, a través de las páginas de los libros, gracias a mis padres que nos los dieron, y a mi hermano que me inculcó el amor por la lectura. Leí y volé, hasta que empecé a volar hacia lugares sutiles e inexplicables; había llegado al terreno de lo oculto. Me leí el gran tratado de Parapsicología a los catorce años, y seguí volando hacia destinos cada vez más religiosos, místicos y esotéricos.

Aprendí finalmente a volar con mi primer maestro de yoga, a pasear fuera de mi cuerpo, a vencer el vértigo de dejarme caer para salir volando lustrosa y etérea; también practiqué el paseo por los sueños lúcidos.

Tanto revoloteé los contornos de la vida del misterio, que la isla que me vio nacer, se me quedó pequeña, y los vuelos astrales se convirtieron en vuelos reales. Me fui de Cuba para Suiza usando las alas de mi corazón, ese que no se equivoca nunca.

Al momento de partir, ya había transitado y me había iniciado en diferentes cultos y misterios, todos ellos del plano de lo que es invisible a la mayoría de los ojos. Traté de tener una vida “normal”, pero las alas de los libros y las mías propias me llevaron a seguir estudiando, moviéndome, superándome.

En el proceso de “hacerme a mí misma”, sin embargo, tuve que volver a nacer muchas veces. De las caídas bestiales que me di, y de verme una y otra vez resurgir de mis propias cenizas, nació el Ave Fénix. 

Llegué a un punto de aceptación total de los cambios radicales en mi vida, todos producto de un constante estudio de mí misma, que casi le perdí el respeto al fuego que te drena las fuerzas y te devuelve nueva de entre las cenizas. Lo que sí le perdí fue el miedo al dolor. Aunque para muchos he sido ésa que “se cae para arriba” y que tiene una fuerza extraordinaria que la asiste, el último revolcón que me di me hizo despertar como de un gran letargo. Ese último incendio fue mucho más que eso, fue una Epifanía: el Ave Fénix representó la voluntad interna para regresar, no del error, pero del DESVÍO. He llegado a conocerme y a conocer las leyes del universo, a golpe y porrazo, sin guías, sin maestros de verdad, sin doctrina que seguir.

Me retiré del mundo para poder verme, y pasé meses reponiéndome, revisándome, haciéndome la auditoría más profunda que me haya hecho jamás. En el silencio, en la soledad auto-impuesta y en el aislamiento “me cayó el ladrillazo en la cabeza”.

De pronto lo supe, hoy lo sé, ya quedó probado: mi desvío es el desvío de mí misma, de mi propósito, de mi compromiso con el servicio que vine a hacer a esta vida. Ah, pero las alas, las alas a las que no podía y no he renunciado, me hacían desviarme del camino una y otra vez. Y claro, que la energía y los recursos desviados hacia lo que NO, me diezmaron, y me debilitaron la mente, y por tanto, el carácter.

Una madrugada de esas, escribiendo como una demente de pronto lo vi tan claro. Dijo la vocecita:

“Al Ave Fénix lo encarnas porque no puede ser aniquilado, es eterno, pero el condenado se pasa la vida con el culo en el fuego y el corazón en ascuas. Su fuerza, que es la fuerza de lo eterno, te ha traído de regreso cada vez. Tal ha sido su servicio” 

Cada una de mis “caídas incendiarias” ocurrieron por no prestarle atención al corazón, a ése que no se equivoca nunca; por volarme las señales de ese mundo oculto que tanto había explorado y que ha ayudado a tantas personas a sanarse.

Me quedé inmóvil. Es ahí cuando LO SABES. El cuerpo completo LO SABE, TODO EN TI LO SABE. Y el Corazón HABLÓ usando mis cuerdas vocales:

Yo no quiero renacer más ¡Yo quiero Vivir!, y la vocecita: ¿ya entendiste?

De pronto, delante de mí aleteó un Zunzún. No hay palabras para explicar la certeza de ese momento de cambio.

Después de 46 años había que ceder el poder a lo que SÍ va a morir pero que sabe VIVIR.

Y esa madrugada demente, guardé en mi corazón esa experiencia viva de lo que representa el Ave Fénix, y me puse las vestiduras de la energía del Zunzún. 

Él me devuelve al “hacer continuo” como el infinito que dibujan sus alas cuando vuela. Como es tan ligero no permite llevar cargas, ni propias ni ajenas, lo único que transporta de un lado para otro es dulzura, es néctar, es el principio de lo femenino y del trabajo con los estados más elevados de la Consciencia. Es la alegría de la vida, y sabe curarse a sí mismo a través de su intuición.

Dejé de ser importante como entidad, para ser importante únicamente dentro del conjunto. Ahora toca transmitir lo que he aprendido, y me alegro por eso, mucho. Tal ha sido el regalo.

El Fénix no habla, es mudo, es el guerrero interno, es masculino.

El Zunzún canturrea, emite sonido, enseña mientras trabaja, es el principio femenino.

El Zunzún te enseña ese camino del guerrero en el que fui tantas veces asistida por el Fénix, para que no tengas que renacer tantas veces, como yo, y aprendas a vivir como él, con ligereza y alegría.

¡Ah! Y el Zunzún no sabe caminar, así que se nota que no queda otra que seguir volando.

Sonrío… Sonríe

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Nayví Barbeito Cardoso

12 de Mayo de 2018

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Por Nayví Barbeito Cardoso
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